Una Mañana...
Siempre me despierta el sol, que a raudales, quema con insistencia mis párpados
al entrar por la ventana. Estoy en una ciudad gris, ominosa, con leves resabios
de virreyes y marqueses que aún se notan en las expresiones de la gente a pesar
de doscientos años de historia republicana. Mi despertar es lento, pesado, y
confieso que no soy persona decente hasta mi primera taza de café, su efluvio
marca mi comienzo, mientras el sol inclemente, que acá llaman Inti, traza sus
líneas de luz en mi humanidad. En éstos días, ya 8 meses de encierro, los días
se hacen solución de continuidad del tedio, mientras la asfixia del teletrabajo
condena a mis miembros a la esclavitud de una silla giratoria y ojo avizor ante
el teclado. Escucho a mi hijo despertar, mientras humea la taza en mi mano y me
despego con alegría de la pantalla que titila para recibirlo en el día que
comienza. Es pequeño, apenas tiene ocho años y muy vivaz, diríase que nació con
la computadora y el smartphone al lado de la cuna, porque demuestra habilidades
innatas en su manejo, en contraste de mí, que pasé desde el analógico teléfono
de baquelita de los 70 hasta la panta táctil con las penurias del caso, el
aprendizaje obligado y la frustración de saber que aún falta aprender en éste
mundo global. Así, pasa la mañana, entre vaivenes de trabajo, breves
respiraciones del ser bullente y necesarios frenazos para retomar las tareas
pendientes, mientras correos inundan la bandeja de entrada y video conferencias
se suceden al ritmo de noticias que estallan en las redes sociales y la
televisión. Días convulsos, de enfermedad, de muerte, y en la ciudad en que
vivo, de convulsión política. No hay mucho que contar, la verdad. La vida es
anodina, aburrida para seres como yo que no son dados a la aventura ni a las
destemplanzas propias de espíritus más combativos. Sin embargo, he vivido esas
aventuras y a la edad que poseo, se reflejan como destellos en el metal de un
escudo de bronce, y parecieran lejanos, pero no lo son. Emigré de mi ciudad
natal huyendo de la miseria de gente que gobierna de manera impía. traje a mi
esperanza hasta este arenoso suelo, buscando ver crecer al ramillete de luz que
me acompaña. y este día no se diferencia de muchos días así, desde la pandemia.
Llega la noche. y al reposo de su silencio, abro este segmento y me aplico a lo
que dice. El deseo de aprender puede más que el cansancio. Vivo, escribo y me
describo desde Lima... la gris.
Un escrito nostálgico y cargado de esperanza, hermosa manera de abrir tu corazón al lector.
ResponderEliminarGracias, Gabriel.
Estupendo.
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