El amor en literatura: sentimiento, o ficción?

 


foto: Hoffman








El amor en literatura: sentimiento, o ficciòn?




Desde antiguo, autores, filósofos y grandes pensadores han tratado de desentrañar esa maravillosa locura que es el amor.

Pero, que es el amor? Porque se han escrito ríos de tinta en describir aquello que es tan cercano a todos?. Y afirmo esto pues todos y cada uno de los seres humanos han conocido en alguna etapa de sus vidas alguna clase de amor, el erótico, el filial, el amistoso, el patriótico, e incluso el amor de tipo místico. La magnificencia del amor es capaz de ser fuente de inspiración de grandes obras, de proezas casi sobrehumanas, de las más bajas pasiones y aún de actos y cambios conductuales prácticamente inexplicables.

Comencemos por definir que es el amor, y arranquemos del concepto cristiano del amor, según San Pablo el amor no es definido cartesianamente, solo expresa lo que debe ser: no envidioso, todo lo disculpa, todo lo perdona, es en resumen un amor de tipo piadoso, abnegado y martirizado. Quevedo, más cercano al ideario griego, nos dice que es hielo abrasador, es fuego helado, herida que duele y no se siente, es soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado.

Para nuestra civilización Occidental, basada en el pensamiento clásico grecolatino y nuestra tradición Judeocristiana, se debería partir de dos conceptos semánticos de profundidad filosófica propia: Eros y Ágape, entendido eros con la base platónica de los efectos que en el alma produce el impulso hacia los cuerpos bellos para llegar al ámbito de lo divino ( Belleza ideal como absoluto, el conocer), para Platòn, el amor es el producto de un tensión entre la abundancia y la necesidad, en otras palabras, el amor es análogo al deseo que busca completar su satisfacción. Por otra parte la noción de ágape se refiere más bien al ámbito de la gracia divina, su modelo responde a la plenitud del amor de Dios por los hombres, su máximo ejemplo iconográfico se constituye en la crucifixión, donde el amor es ilimitado e incluso desperdiciado, es sangrado por su insensata profundidad. Éstas son las dos fuentes de lo que nosotros conocemos por amor: el Eros; humano, estético, extático ,sensorial y el Ágape; divino, perfecto, compasivo, ético, esta es la base que se toma en toda la literatura, con diferentes combinaciones, unas veces resaltando diversas aristas, dependiendo de lo que quiera transmitir el autor, otras organizando uno solo de los aspectos en diversas facetas, como en cascadas, pero siempre apelando a lo sentido, al yo interior como referente ontológico ante lo gnoseológico del proceso amatorio y sus consecuencias.

Dice Octavio Paz, al tratar de explicar mediante la poética, la supremacía del ideario amoroso, al definir al hombre como “metáfora del Universo”, a la pareja como “punto de encuentro de todas las fuerzas” y “semilla de todas las formas”, utilizando a la ficción más bella, la poesía, como vehículo en la explicación literaria utilizando a la palabra como búsqueda de origen y experiencia de lo sagrado, definiendo al amor y a la poesía como la libertad absoluta, en concordancia con el surrealismo y su exponente Andrè Bretòn y lo expresado por el en L’Amour Fou, y este sentido ìntimo, ontológicamente puro, es contraste de su muy valedera forma de razonamiento, cuando expresa su ideario modernista, afirmando “ Yo creo en la modernidad, entre otras cosas, consiste en ese continuo cambio de la poesía al pensamiento, del pensamiento a la poesía, la poesía moderna es capaz de reflejar, capaz de cantar”. Allì precisamente se erige la visión literaria del amor, como medio descriptivo, desde lo pensado y sentido hasta la plàstica de la descripción y evocación argumentativa, del discurso amoroso que se corresponde con la experiencia sensorial y germina finalmente en la comunicación heterogénea capaz de conmover, sea en el poema, o en la prosa poética, o en pasajes de una novela, esa es la capacidad de la literatura, de alienar los sentidos hacia una experiencia donde el usar los ojos, el vislumbrar con mirada rápida, el agüaitar se constituye en el voyerismo, el mirar escondido, el atisbar descubriendo los rasgos salientes, el otear descubriendo desde la altura y dejando de lado la afable conseja de Goethe “die stille Genuss der reine Betrachung” (el goce tranquilo de la pura contemplación) ,esa que nos permite llegar al adentro de las cosas que contemplamos, nos permite permearnos por la verdad objetiva descrita, esto es, recrear la riqueza y pluralidad sensitiva, y llegamos a la experiencia única, excelentemente descrita por Baudelaire en sus Correspondances “Vaste comme la nuit et come la clartè. Les parfums, les coleurs et les sons se repondent”,( “Vasta como la noche y como la luz. Perfumes, en respuesta de color y sonidos ") màs debemos siempre estar atentos, porque la literatura es siempre ficción, es producto de la evocación y la fantasìa del autor, y no meramente realidad plasmada, ello no nos hace perder su gran regocijo vital, èsta es la magia de la literatura, y en especial del discurso amoroso plasmado a través de los siglos, desde Safo hasta Cortàzar, desde Virgilio hasta Petrarca, de Santa Teresa a Marcel Proust y su angustia por la mujer ida, “este dolor renacía de sì mismo en mì”, o Tolstoi en Anna Karenina y su holocausto amoroso, la sublimación amorosa en la entrega total, o los intentos de racionalizar el amor, por ejemplo en Marx, quien describe” la fuerza productiva del amante, que tiene poder para crear amor en otro porque dispone de èl en abundancia, se refiere a una reciprocidad de conciencias, que sòlo podrá cumplirse en una sociedad futura del hombre socializado, pero no como consecuencia de la potencia subjetiva del amor mismo”. Sin embargo, existen profundas disquisiciones sobre el discurso amoroso, autores como Eugenio Trìas hacen del límite, conceptualización filosófica antropológicamente definida y de raíz Kantiana, la base argumentativa para la explicación del fenómeno del dominio pasional, del amor-pasiòn descrito en su Tratado de la Pasiòn, y hacen de la frase de Wittgenstein “el hombre es el lìmite del mundo” el andamiaje necesario para describir a la fenomenología de las relaciones humanas, y especialmente, del amor, fundamentando la ética racionalista.



Creo sinceramente que el amor, como fuerza creadora capaz de ser experimentada por todos los humanos, es la fuente donde se halla la impronta, la huella profunda que hace del discurso amoroso literario experiencia que hace vivir al lector los retazos sueltos, las certidumbres efímeras de la pasión, las congojas de la ausencia, las lágrimas de la nostalgia por el amado, los éxtasis y delirios de placer amoroso. Es la acción apasionada que se describe y armoniza, pero también es compleja, inestable, contradictoria y nos idealiza y corrompe a la vez, por ello, y debido precisamente a su ambivalencia, es que siempre nos atrapa.



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