DE LA HERMENÉUTICA TEOLÓGICA DE LA GRACIA EFICAZ EN LA OBRA DE TIRSO DE MOLINA “EL CONDENADO POR DESCONFIADO”
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Introducción
Al iniciar la investigación para el trabajo, que originalmente consistía en hacer una comparación del tópico del honor entre “El Alcalde Zalamea” de Calderón de la Barca y “El vergonzoso en palacio” de Tirso de Molina, encontré que era un tema bastante trabajado, ya que las temáticas más recurrentes en el teatro español del siglo de Oro son precisamente el honor, el amor contrariado o no, y la venganza por motivos de honor. Han sido profusamente estudiadas y desarrolladas a lo largo de los siglos por pensadores de la talla de Menéndez Pidal con teorías bastante esclarecedoras.
Sin embargo, me llamó poderosamente la atención el drama teológico expuesto en la obra “el Condenado por Desconfiado” de Gabriel Téllez, nuestro Tirso de Molina. No es usual que se use algo tan profundo como una disquisición teológica como argumento de una obra de teatro, que además, aún en su tiempo fue admirada dada la muy bien ganada fama de polémico que tenía Tirso en sus temáticas. Pero como se verá a través de la exposición que haré, la temática profunda, la reflexión discursiva teológica- filosófica que hace Tirso en sus obras es constante. Es por ello que decidí volcarme a estudiar ésta apasionante faceta en la obra de Tirso.
Pareciera, según mi opinión particular y muy personal, que existe en Tirso una necesidad de enseñar a través de sus obras, una vocación pedagógica para cambiar a su entorno. Una Hermenéutica Teológica dirigida a la masa. Hay en sus letras un espíritu rebelde y díscolo, que no calla, ni aún en circunstancias difíciles. Hubo de enmascarar sus intenciones de denuncia del poder y sus abusos, renunciando a veces a la autoría expresa de sus obras para evitar a los censores, lo que ha ocasionado no pocas controversias con respecto a su paternidad en algunas de ellas. Tirso evade, de esta forma al peligro y envía a su sarcasmo acerado como espada bajo formas inocentes de versificación. Estuvo pagando toda su vida como pecados sus críticas acerbas a su entorno y tiempo.
Más las formas de tratamiento que usa no son inocentes. Todo lleva un propósito, un metalenguaje inmerso desde la profunda visión que mezcla de manera maravillosa lo secular y lo religioso de una manera elegante, a veces perniciosamente burlesco, otras en un tono más meditabundo y mesurado, como en la obra que nos ocupa.
Se trata de una inteligencia preclara, donde el discurso utiliza formas y estrategias en las cuales el diálogo está condicionado lingüística y psicológicamente en versos por la presencia de los interlocutores y el asistente a la obra como un acto interlocutivo, que busca la enseñanza preceptiva y moralizadora.
Al leer la obra puede apreciarse claramente la utilización del monólogo interior, del monólogo ficcional, del diálogo para bosquejar a los personajes y sus motivaciones y así alertar a la audiencia sobre aquello que quiere señalar y provocar con ello la necesaria catarsis.
Es tentador hacer las comparaciones entre las temáticas usadas por Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso, lo cual será mi intención en el presente trabajo haciendo énfasis en la obra señalada bajo la teología agustiniana, sus implicaciones conceptuales y retóricas y del cómo utilizó Tirso estos elementos para pergeñar su obra.
El tema es ambicioso, pero es apenas un trabajo de fin de curso, no es una tesis, por lo tanto en aras de la extensión breve y el tiempo de investigación precario, no tendrá mucha extensión, no es la que merece la temática y la hipótesis, sin embargo, haré el mejor esfuerzo para ser conciso y preciso sin desmedro de la calidad.
Breve biografía de Tirso de Molina:
Gabriel Téllez, mejor conocido en su tiempo por el seudónimo de Tirso de Molina, nació en Madrid en el año de 1579. Se sabe que sus padres eran humildes sirvientes del Conde de Molina de Herrera, lo cual, era en la época una servidumbre al abrigo de vicisitudes. Se ha especulado con el hecho de que quizás fuera hijo bastardo del duque de Osuna, por su apellido, pero esta tesis carece de fundamento pues no se ha evidenciado de forma fehaciente, ya que de ser cierto este hecho, Tirso hubiera necesitado una dispensa papal para entrar en la Orden de la Merced cuando en su mocedad afrontó esa decisión.
Eran tiempos retrógrados, donde los hijos bastardos no poseían derechos siendo considerados hijos del pecado. Por otra parte, ninguno de sus numerosos enemigos contemporáneos le adjudicó ese origen y muy bien sabemos cuan dados a la chismografía eran sus detractores. Hubiese sido una excelente excusa para vituperarle en su Orden, que tanto le persiguió y castigó por sus escritos.
A los dieciséis años, entra al noviciado en el seminario de la Merced en Guadalajara. Estudió en Salamanca y Toledo. En 1601 se ordenó monje mercedario. Fue monje en los conventos de Segovia, Soria, Toledo y Guadalajara, en los que recibió de parte de sus mentores la profunda formación humanística y teológica que luego será patente en sus obras.
Allí, en el convento, se dedica a escribir y ya entrada la década de 1610 era un dramaturgo muy admirado y relativamente exitoso. Entre este año y 1615 vivió en Toledo y Madrid, dedicado a la enseñanza, la lectura y sobre todo, la escritura. Desterrado por sus sátiras contra los ministros y la nobleza, se le envía a un convento en Aragón. Será el primero de sus muchos destierros, por causa de su afición a la letra y la sátira. Su espíritu inquieto y veraz le acucia a seguir escribiendo a pesar de todas las dificultades.
De Aragón pasa a las Indias, específicamente a la isla de Santo Domingo, de cuya Universidad fue profesor de teología entre 1616 y 1618, interviniendo además en asuntos de su Orden con mucho rigor y acuciosidad. Su estancia en América le permitió recolectar de la tradición oral sobre los protagonistas de muchas historias de la conquista que usaría más tarde de manera temática recreándolas en sus obras. Tirso es un hombre organizado y de esta suerte se presume que mientras esperaba, durante su estancia en Sevilla, al tener que pasar varios meses esperando embarcar, debió de ser que escribiese su famoso “El burlador de Sevilla” del cual hay aún una controversia sobre su autoría pues existen especialistas que se la atribuyen al dramaturgo Andrés de Claramonte,
contemporáneo de Tirso, como autor de la obra, en función de pruebas de carácter histórico, métrico y estilístico.
Regresa a España en 1618, instalándose en Madrid, donde entre 1624 y 1633 se dieron a la letra, tal como se decía en la época, las cinco partes de sus comedias; estas "profanas comedias", que así les llamaron sus detractores, le valieron la animadversión de muchos poderosos y le causaron un gran escándalo, costándole la pena del destierro, esta vez, a Sevilla.
En 1622, con motivo de la canonización de San Isidro, hizo lid en los laureles para el certamen poético, pero en 1625, la Junta de Reformación, creada por el Conde-Duque de Olivares en 1624, en afán de censura le castigó por escribir comedias profanas "y de malos incentivos y ejemplos" (sic) obligándole a recluirse en el monasterio de Cuenca y a no escribir en lo futuro versos profanos ni comedias, so pena de excomunión. Fue una condena lapidaria y sin apelación en virtud de sus votos sacramentales de obediencia.
Tirso siguió escribiendo, sobre todo, lo que él denominaba “comedias abreviadas”, eran obras con un formato parecido a los autos sacramentales, que no pueden ser catalogados como tales ya que no tienen la misma fuerza de sus obras hagiográficas, pero a consecuencia de las medidas disciplinarias su producción decayó, no pudo continuar el mismo ritmo.
La condena vino encauzada por sus enconados rivales que le denunciaron al verse retratados, irritados por los sarcasmos de Tirso, que llegó a convertirse en una voz harto incomoda y molesta para la nobleza y los validos de la Corona. Recordemos que existían dos clases de censura en España en éste tiempo, la de la Corona, y la eclesiástica. Tirso irritó a ambas.
Pero éstas medidas no se prolongaron mucho tiempo, pues las aficiones moralistas del Conde-Duque de Olivares, Grande de España, fenecieron en el transcurso de dos años. En 1626 se va a residir a Madrid, siendo nombrado luego comendador en Trujillo, habitando Extremadura hasta 1629. Este constante cambio de residencia incidió profundamente en la calidad de sus obras de esos años.
Regresa a Madrid al finalizar la comisión de su orden, no pudiendo sentarse plenamente en ningún lugar de manera estable pues siguió siendo víctima de persecución dentro del claustro por escribir comedias profanas y versos, además de sus antiguas sátiras políticas.
Entre 1632 y 1639 tiene como destino a Cataluña, siendo designado por sus superiores como definidor general y cronista de la Orden. Durante su estancia catalana escribe la Historia general de
la Orden de la Merced. En 1639, la santa sede le reconoce algo de mérito, el papa Urbano VIII le concedió el grado de maestro; sin embargo, los acalorados enfrentamientos y animadversiones con miembros de su propia Orden lo llevaron al destierro nuevamente como medida disciplinaria en Cuenca en 1640.
Tirso no era de los que callaban, aunque cumplía con aquel viejo adagio español, “se acata más no se cumple”, Fue un verdadero creador, un escritor que contra viento y marea le dio curso y sentido a su vena como dramaturgo de fuste y talento.
Ya al final, es nombrado Prior en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, en el que fue nombrado comendador en 1645. Murió como prior en el convento de Almazán en Soria en el año de 1648. Nunca dejó de escribir, secretamente.
DE LA HERMENÉUTICA TEOLÓGICA DE LA GRACIA EFICAZ EN LA OBRA DE TIRSO DE MOLINA “EL CONDENADO POR DESCONFIADO”
Ante todo, el análisis de esta obra nos exige una digresión para contextualizar el modo sincrónico de la historia con arreglo a su tesis teológica, el sustrato doctrinario mediante el cual Tirso desarrolla su exégesis; El conflicto teológico planteado por el jesuita Luis de Molina (1535- 1600) y el dominico Domingo Báñez (1528-1604).
Como vemos, también fue una pugnacidad entre dos órdenes religiosas de prestigio, la escuela del dominico Báñez, profesor de Salamanca, que defendía la teoría fatalista de la “gracia eficiente” agustina, que condiciona la voluntad de los hombres; el jesuita Molina, profesor de la Universidad de Coimbra, quien defendía el libre albedrío, la cual propugna que decide el hombre, siempre sin la presciencia divina o sin que ésta pueda influir en la salvación o condenación del hombre.
Obedeciendo a un esquema aporètico, como explicaremos más adelante, Molina pretendía hacer compatibles la omnipotencia divina y la libertad del ser humano en una posición ecléctica y afirmaba que la persona por sus actos podía recibir la gracia suficiente para su salvación.
Báñez, con su teoría de la “premoción física”, defendía la tesis de que Dios determina quién recibe la gracia divina, el hombre sólo puede actuar bajo el influjo de la voluntad divina. Es una forma de determinismo, la “predestinación”
Esta polémica se suscita en plena efervescencia de la Contrarreforma, y la teoría del libre albedrío es la bandera de Juan Calvino, predicador y teólogo luterano francés, siendo entonces que los “molinistas” pensaban que la teoría de Báñez impedía admitir la libertad humana y predeterminaba cuanto el hombre podía realizar, lo que implicaba importantes consecuencias teológicas y éticas ya que la predestinación comporta que la voluntad del hombre no interviene en la escogencia del camino del bien o el mal.
Modernamente se ha denominado Congruismo al término que usan los teólogos para hablar de la teoría según la cual la eficacia o la gracia eficaz se debe , al menos en parte, al hecho de que la gracia es dada directamente por Dios en circunstancias favorables para su operación , es decir, congruente en ese sentido.
La distinción entre gratia congrua y gratia incongrua se encuentra en San Agustín de Hipona, donde habla del elegido como congruenter vocati (Ad Simplicianum, Bk. I, Q. ii, no. 13). La
cuestión del libre albedrío está tratada en el Libro segundo de las Questio, o cuestiones, que desarrolló en forma epistolar en una teología fuertemente influenciada por el pensamiento platónico.
La Iglesia española acababa de combatir la gran herejía de los alumbrados que se había manifestado hacía menos de un siglo atrás, cerca de 1630 había grupos activos aún. Esta secta mística del siglo XVI, era considerada herética y muy relacionada con el movimiento de los protestantes, sus postulados se asemejan mucho a las tesis Calvinistas.
Es similar a la corriente mística desarrollada en Europa en los siglos XVI y XVII, el iluminismo. Quizás éstas reminiscencias, esto ecos en las obras de Tirso sean las culpables de tantos exilios y persecuciones, así como la justicia secular le censuraba por su sarcasmo. Es una hipótesis que no me atrevo a aseverar con contundencia pues carezco de los elementos necesarios, sin embargo, al leer la obra, fue sorpresivo para mí el toparme con ello y así he definido el abordaje del texto.
Algunos místicos entre los cuales destaca Teresa de Ávila, fueron inicialmente sospechosos de pertenecer a los alumbrados. Los alumbrados se reunían en los claustros de pequeñas localidades del centro de Castilla, como Pastrana o Escalona donde contaban con la protección del Marqués de Villena, leían e interpretaban personalmente la Biblia y preferían la oración mental a la vocal, como hicieron posteriormente los quietistas.
Los alumbrados creían en el contacto directo con Dios a través del Espíritu Santo mediante visiones y experiencias místicas. Esa postura les acercaba, según ellos, más a la presencia divina y sus manifestaciones.
Esta secta mezclaba excesos de arrebato místico y de erotismo y se propagó por iglesias y claustros de toda la península ibérica, y para coincidencia, su centro más fuerte y protegido antaño por los Duques del Infantado, se encontraba precisamente en Guadalajara, allí donde se formó como sacerdote nuestro Gabriel Téllez. Es plausible que tuviese contacto con algún resabio de la secta y que ello le llevase a cuestionar, a través de su arte, las corruptelas no infrecuentes entre los miembros del clero, y no tan solapadas en la nobleza reinante.
Dice Huerga (1978):
“los alumbrados o iluministas, "preconizan un abandono sin control a
la inspiración divina y una interpretación libre de los textos evangélicos.
Los alumbrados afirman que actúan movidos únicamente por el amor
de Dios y que de él procede su inspiración; carecen de voluntad propia:
es Dios el que dicta su conducta; de ello se sigue que no pueden pecar.
Los alumbrados rechazan la autoridad de la Iglesia, su jerarquía y sus
dogmas, así como las formas de piedad tradicional que consideran
ataduras: prácticas religiosas (devociones, obras de misericordia y de
caridad), sacramentos”
El Santo Oficio sospechó que había suficientes elementos heréticos en la doctrina de los alumbrados para abrir un auto de Fe, así que inició una investigación que llevó a la detención de sus principales cabecillas; la beata Isabel de la Cruz y Pedro Ruiz de Alcaraz ,asentados en Guadalajara, quienes fueron conducidos a la cárcel en abril de 1524 y sentenciados en un auto de fe ejecutado en de julio de 1529, y a la promulgación por parte del inquisidor general, Alonso Manrique de Lara, de un "edicto sobre alumbrados" en septiembre de 1525, que incluía una lista de 48 proposiciones consideradas heréticas. Las confesiones, por supuesto, fueron obtenidas mediante tortura, como era habitual en esos días.
Dice Santoja (2002):
“En 1529 fue detenida la beata Francisca Fernández, líder del grupo
de alumbrados de Valladolid, y poco después uno de sus principales
seguidores, el predicador franciscano Francisco de Ortiz. La beata
incriminó a partidarios suyos acusándolos de "luteranos". Este fue el
caso de Bernardino Tovar, hermano del erasmista Juan de Vergara, y
de María de Cazalla, que fue torturada bajo la acusación de
luteranismo y de iluminismo. Otro de los denunciados por la beata
Francisca Hernández por "luteranismo" fue el impresor de la
Universidad de Alcalá, Miguel de Eguía, pero fue absuelto en 1533
tras pasar más de dos años en la cárcel de la Inquisición en Valladolid,
y Juan del Castillo. María de Cazalla en su defensa alegó que en
Guadalajara alumbrada se aplicaba a toda persona recogida y
devota.”
Aclara nuevamente Santoja (2002):
En este fragmento de la acusación inquisitorial contra el grupo extremeño asentado en la villa de Escalona, donde se les compara con otras herejías medievales, se puede apreciar parte de su doctrina:
“se resucitan eregias porque aquel ynterior dexamiento aquella
suspensión occiosa de pensamiento aquel no hazer mas de dexarse a
que Dios obre y no ellos error fue de Ioannes hus y de Ioannes flirseso
por Leuterio seguido que niegan el libre alvedrio para obrar puniendo
la perfeezion en padezer y aquella perfeczion falsa que dogmatizan...
de los bigardos y biguinos emano pues propone con ellos que los
perfectos no son obligados a ayunar, a orar, ni a humana obediencia
subjetos, ni a preceptos de yglesia obligados porque ubi pus dñi ibi
libertas (ubi opus domini ibi libertas) y a la adoración y herimiento de
pechos que niegan claro es se de los mismos y si el zelo del santo
officio no lo ataja es cierto llegara a yntroducir la abominable caridad
que almerico y fray alonso de meya dogmatizaron. Lo tercero es sy
bien es el cevo del anzuelo en los hereticos mayor cevo es el mayor
bien todos los ereges antepasados pretendían la evangelica verdad o
bondad y esto el que mas lo pretendía el Leuterio perfido que
pretende evangelica libertad..(…).”
El informe del prior de los dominicos de Lucena a la Inquisición de Córdoba, en 1585, recoge la pretensión de los alumbrados de comulgar sin confesar, porque creían que “gente justificada y confirmada en el bien no pueden ya pecar” (Santoja 2002)
Cito a Hurtado (1901)
“Hernando Álvarez y Cristóbal Chamizo fueron unos clérigos de Llerena
acusados de extender por Extremadura a finales del XVI y principios del
XVII unas extravagantes prácticas y opiniones teológicas, que se
consideraron equivalentes a las de los alumbrados por la Inquisición:
Al menosprecio de los preceptos divinos y a la profanación de los
lugares más sagrados, unían una disolución carnal inconcebible, y las
penitencias que en el confesionario propinaban, eran ayuntamientos
sexuales de las confesadas con ellos mismos, enseñándoles que el
Mesías había de nacer del comercio de una doncella con alguno de los
confesores alumbrados.”
Al vincular estos aspectos teológicos para adecuarlos a un modo de sermón a los espectadores recreándolos en el “Condenado por desconfiado”, Tirso ejerce una astucia tremenda y un profundo conocimiento en filosofía y teología, con habilidad, hace un contraste interesantísimo para ejemplificar el conflicto.
El texto fue escrito antes que “El burlador de Sevilla” (se presume que entre 1612/1615) y es complemento de ésta obra en su ejemplificación de variables teológicas expuestas con fines epistémicos. Es polimétrico en su versificación de acuerdo al estándar establecido por Lope de Vega.
El texto se encuentra en la segunda parte de las comedias del maestro Tirso de Molina publicado en Madrid en 1635.
La obra se configura con la forma de un sermón religioso dirigido al público que frecuentaba los corrales de comedias, incorporando así componentes habituales de la comedia de santos y del auto sacramental.
Se constituye de esta manera en una de las cumbres del teatro del Siglo de Oro por su eficaz encuadre en el manejo de la tensión dramática con sus implicaciones filosóficas y éticas. Es de hacer notar que el interés de Tirso siempre se centra en un accionar lúdico para lograr el efecto de enseñar con el entretenimiento, su afán de entretener le llevará a un ritmo explosivo y a veces “estridente” en la acción y los diálogos valiéndose de la intimidad psicológica para conseguirlo.
He allí una de las diferencias con Lope y Calderón, aquellos son más graves, mas planos, aún con la incorporación inventiva y perfeccionada del gracioso Lopesco que establece un balance en su tratado, el “Arte Nuevo de hacer Comedias” para equilibrar las cargas dramáticas con la sátira y el humor. Sin embargo Tirso incorpora también el dinamismo de las de los tres actos de Lope y la acción sin resuello para espectadores y actores, el accionar es constante lo que conlleva a que la audiencia no pierda interés.
El Argumento central de la obra se centra en el monje Paulo, un mocetón de 30 años orgulloso, soberbio y desconfiado, quien después de vivir diez años como ermitaño en compañía del gracioso Pedrisco, es asaltado por la duda existencial. No hay un carácter hagiográfico en la historia, pues aquí los ascetas, son humanos.
Paulo posee la angustia vital de saber, de querer conocer si todos aquellos sacrificios no habrían sido inútiles, y ruega a Dios que le revele su destino final.
Dice Paulo:
Con aquella fatiga y aquel miedo
desperté, aunque temblando, y no vi nada
si no es mi culpa, y tan confuso quedo, 180
que si no es a mi suerte desdichada
o traza del contrario, ardid o enredo,
que vibra contra mí su ardiente espada,
no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,
me declarad la causa de este espanto. 185
¿Heme de condenar, mi Dios divino,
como ese sueño dice, o he de verme
en el sagrado alcázar cristalino?
Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.
¿Qué fin he de tener? Pues un camino 190
sigo tan bueno no queráis tenerme
en esta confusión, Señor eterno.
¿He de ir a vuestro cielo o al infierno?
Treinta años de edad tengo, Señor mío,
y los diez he gastado en el desierto, 195
y si viviera un siglo, un siglo fío
que lo mismo ha de ser; esto os advierto.
Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,
¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.
Respondedme, Señor, Señor eterno. 200
¿He de ir a vuestro cielo o al infierno?
El diablo, actuando en disfraz de ángel, le dice que su destino es análogo al de un hombre llamado Enrico, que vive en Nápoles.
Enrico es ladrón, burlador de mujeres, criminal confeso, arrogante hacedor de su propia voluntad como fin supremo y sin la barrera de la conciencia o el remordimiento, en nombre del cual comete las más tremendas ruindades y excesos, pero que, sin embargo alberga dentro de sí, paradójicamente, bajo su capa de maldad un amor que le redime, hacia su novia, y un amor filial hacia su padre, que se expresa con lealtad en los cuidados que le prodiga, a pesar de su oficio de salteador.
Paulo va a Nápoles e investiga quién es Enrico y se percata de su condición de maleante y ladrón. Pensando que esto significa su eterna condenación, deja los hábitos y se convierte a su vez
en un bandolero. Comete tropelías y desafueros que le hacen reo de la Justicia y se le busca por los montes.
Pero Enrico, inmerso en su mal proceder, haciendo caso de las exhortaciones de su padre, al final se arrepiente y se salva, mientras que Paulo, hundido en la desesperación, reniega de Dios y se condena sin apelación siendo muerto por aldeanos a quienes guía la Justicia para detenerle.
La dimensión humana del drama teológico de Tirso tiene visos, aspectos sesgados que lo acercan a las preocupaciones morales del drama con tinte humano calderoniano. La obra se escribe en plena crisis del Cisma Católico y evidencia dos posturas en pugna: la que sustenta que la participación del hombre en su proceso de salvación es limitada y la que defiende que el sujeto, como ente racional que puede escoger, es sumamente importante.
La problemática de la Salvación del alma y el papel que juega el libre albedrío en este tema es, fundamental para la España contrarreformista del XVII, como bastión supremo de la cristiandad, como los brazos ejecutores de los infieles en Lepanto, y en oposición a la “pérfida Albión”, como aún hoy se llama a la Inglaterra protestante de aquellos años en algunos sectores, devenida posteriormente en Anglicana gracias a la concupiscencia de Enrique VIII.
Aparece bajo una óptica distinta al de la problemática teológica expuesta en “El Burlador de Sevilla”, en la obra que nos ocupa, a través de las figuras de un bandolero y un ermitaño (Paulo y Enrico) que, merced a su albedrío, llegan a lugares completamente opuestos a los que parecían indicar sus vidas pues, en tanto que el bandolero se salva, el ermitaño, desconfiado de la bondad divina, acabará condenándose.
Mientras Don Juan en “El burlador de Sevilla” desafía a la Providencia confiado en que ésta ha de concederle el tiempo necesario para su arrepentimiento (“largo me lo fiais” en modo reiterativo y contumaz), Paulo, el protagonista de “El condenado por desconfiado”, ofende a la Providencia exigiéndole pruebas de su salvación, desconfiando así de la misericordia divina. Es la condenación eterna, por muerte merecida; el uno a manos de la estatua que le insufla el fuego que le mata, fuego condenatorio, y el otro, a manos de villanos que le asaetean como castigo a sus iniquidades y pérdida de fe.
El conflicto establece un contraste entre el ermitaño y el ladrón, revelando la paradoja de que el alma del criminal se salva por alojar en sí, en su ser ontológico, un reducto de amor, Fe en la divina Providencia y caridad hacia su padre, en una salvación sin mayores pretensiones basada en un arrepentimiento en sentido pragmático, natural. Sin artificio y con verdadera hamartía.
Mientras que Paulo, que pretende la salvación divina tras una etapa de mortificaciones y demanda a Dios de forma arrogante conocer el misterio de su salvación personal, acaba condenándose por desconfiar de la piedad divina. No puede imaginarse actitud más egoísta y vana. Y son estos pasajes donde brilla el conflicto humano de los personajes dentro de la trama de índole teológica.
Investigadores han debatido acerca de cuál es la posición de Tirso adopta ante la proposición teológica de su obra resumida en el problema: presciencia divina que todo lo decide y limita la libertad del hombre, o libre albedrío independiente de la presciencia divina o no. Si se entiende a la presciencia como un fatum donde ya todo está decretado, un destino inexorable, poco tiene que hacer allí la voluntad expresa del hombre pues Dios ya sabe lo que pasará a futuro.
Tirso magistralmente no toma partido de manera evidente, hay una cierta ambigüedad, puesto que expone sucintamente al libre albedrio en acción y deja que la trama desenrede el ovillo de la historia que ha tejido. Aunque al final, el pecador siempre será condenado como es el deber ser de los mandamientos de la Santa Madre, la Iglesia Católica.
En su contenido medular: Dios, por su cualidad divina intrínseca, es omnisciente y sabe todo con antelación a que ello suceda, ergo, la libertad de decidir del hombre no tiene sentido; por otro lado, si el hombre puede decidir libremente su destino en gracia divina concedida, tiene el hombre un poder mayor que el de Dios, concedido por el mismo, cuya omnisciencia a su vez se ve limitada por el libre albedrío del hombre. Ésta es la aporía más relevante de toda la obra con un tremendo contenido teológico. Y es lo que me hace vincularle con las teorías heréticas de los alumbrados. Se revela en este planteamiento que hay una hermenéutica teológica en la obra de Tirso, subsumida en las acciones y los diálogos de los personajes, que nos llevan directamente a San Agustín, y a su vez nos remontan a los diálogos platónicos como medio de revelación mayéutica.
Le dice el diablo a Paulo:
Hoy duda de su fe, que es duda
de la fe lo que hoy ha hecho,
porque es la fe en el cristiano 210
que sirviendo a Dios y haciendo
buenas obras ha de ir
a gozar de Él en muriendo.
Este, aunque ha sido tan santo,
duda de la fe, pues vemos 215
que quiere del mismo Dios.
estando en duda, saberlo.
En la soberbia también
ha pecado; caso es cierto.
Nadie como yo lo sabe, 220
pues por soberbio padezco.
Y con la desconfianza
le ha ofendido, pues es cierto
que desconfía de Dios
el que a su fe no da crédito. 225
Un sueño la causa ha sido;
el anteponer un sueño
a la fe de Dios, ¿quién duda
que es pecado manifiesto?
Y así me ha dado licencia 230
el juez más supremo y recto,
para que con más engaños
le incite agora de nuevo.
Su actitud es totalmente arrogante y soberbia al exigirle a la divinidad tal aserto. Se dirige a Dios como como un prestamista a quien la divina providencia le debiese, exigiendo el pago perentorio como una letra con fecha de vencimiento, de sus virtudes y su vida de sacrificio.
Ciego de orgullo, Paulo, está herido por las palabras del diablo que le comparan con un salteador de la calaña de Enrico, él que está tan convencido en su ruta de ascetismo, de ser el perfecto santo, actúa con manifiesta impiedad sin darse cuenta, en aquello que su mente, considera justo.
En un sesgo psicológico, el personaje es narcisista, ya que su exigencia a la divinidad está sustentada en una pulsión de autosatisfacción. Hay una evidente desplazamiento hacia una conducta psicopática, donde la revelación privada proveniente de la divinidad le sumerge en un estado depresivo, se siente despreciado al ser comparado con alguien indeseable, y su autoestima herida le lleva a un estado de negación, haciendo invisible las consecuencias de sus acciones porque las justifica desde su deseo o pulsión no satisfecha. Para Paulo, la sanción que condena a su redención Divina y eterna está fuera de su alcance objetivo y sustantivo. No puede verla.
Dice Zubirì (1992):
“Como quiera que esa, Dios sabe lo que yo voy a hacer: es la presciencia
divina. ¿Dónde queda mi libertad? Si Dios sabe lo que voy a hacer
mañana, no habrá nada que haga que falle este conocimiento divino.
Porque si Dios sabe lo que voy a hacer, lo haré. Si no, fallaría la ciencia
de Dios. Generalmente, cuando se plantea este problema, los que
cultivan estas disciplinas piensan en El condenado por desconfiado. Sí,
pero en El condenado por desconfiado yo creo que no hay uno, sino dos
problemas distintos. No se ha enfocado nunca –por lo menos que yo
sepa; no me he dedicado a estudiar el asunto– más que por el lado del
concurso y de la presciencia: en efecto, si Dios sabe o no sabe con
seguridad que el personaje en cuestión va a tener la misma suerte que
aquel Enrico que se dedicaba a ser un matón en Nápoles. Sí, éste es un aspecto en cuestión, pero el otro aspecto, que se ha despreciado, es que todo lo sabe por una revelación privada. Probablemente no está excluido que la intención primaria de Tirso de Molina no fuese entrar a exponer ni a refutar la teología de su superior y cofrade de Orden, Zúmel, sino simplemente, en una época en que las revelaciones privadas estaban a la orden del día, hacer ver que las revelaciones privadas fallen y se estrellan contra la revelación pública y objetiva de la misericordia divina en la Iglesia Católica. Un aspecto de la cuestión que merecía haberse estudiado.”
La vena dramática en Tirso:
Tirso poseyó una sólida formación humanística y teológica. Ello le diferencia de Lope, que aunque fraile también al final de su vida, con su numerosa prole y amantes debía concentrase en mantenerlos a toda costa. Tirso fue al mismo tiempo un hombre de activa relación social, apreciado por sus contemporáneos a excepción de sus superiores de la Orden, siendo consecuente en la denuncia de los males que aquejaron a la sociedad de su tiempo. Su sagacidad se manifiesta en sus obras, era muy observador e inteligente y poseía un conocimiento de la psicología femenina extraordinariamente amplio y profundo, ello debido quizás a los secretos de confesión que su condición de sacerdote le otorgaron.
Su talante al escribir es más “realista” que el de Lope, menos pintoresco y popular, allegado a los rasgos psicológicos manifiestos en la sociedad de su tiempo. Tirso se aleja de lo convencional imprimiéndoles una fuerza interior a sus personajes que será emulada por otros autores posteriores.
Abandona lo falso, no se adentra en lo épico, bucólico y palaciego de Lope de Vega, ni en su ideario caballeresco, asumiendo nociones más intimistas, con una plasticidad que vibra en sus versos. Tampoco es proclive a usar los elementos teológico-sacramentales de Calderón de la Barca, ni sus referentes mitológicos o alegóricos. Su discursiva se centra en los tópicos conocidos, y sus autos de fe lucen muy sosos comparados a los de Lope según la crítica especializada.
Las temáticas de Lope y sus usos son más variadas que las de Tirso, podríamos decir que su mundo es más pequeño, pero es más humano incluso que el de su heredero en las lides de la dramaturgia, Calderón de la Barca.
Su creatividad fue menos prolífica en la creación de personajes que la de Lope, pero creó personas verdaderas, palpables, alejadas de lo alegórico, imbuidas en carácter y conflicto propio y tangible. Tres visiones de un mismo tiempo se constituyen y complementan en esta España que les parió; “humanidad” en Tirso en disímil a “humanidad” en Lope y también difiere de “humanidad” en Calderón: la efusividad y el sentimiento caracterizan a los personajes de Lope, son más pasionales, mientras que en Tirso el acento es más cerebral y reflexivo en las acciones, hay mucha mesura y contención, por eso sus personajes se adentran en reflexiones que escapan de lo coloquial y banal. Calderón se instala desde un alejamiento para exponer sus dramas, lo cual hace un efecto de no involucramiento, es como el examinar a “aquellos que disputan” desde afuera, con frialdad emocional.
Tirso ha sido elevado al compararlo con Cervantes en el sentido de que ambos no concuerdan con los convencionalismos de su época sobre el tema del honor. Calderón, como
continuador de la grandiosidad del teatro español, convertirá, imbuido en la agobiante frialdad su propio carácter y sus modos representativos, en abstracciones de un constructo mental más calculador esos convencionalismos.
Sus personajes estarán apegados a esa frialdad dándole a su drama humano una hondura cierta, pero que no llega a los niveles expuestos en la obra de Tirso. Los tres, viven el conceptismo inmerso en el barroco, más en Tirso se patentiza evidentemente en su uso del lenguaje, sobre todo en los segmentos del donaire, donde el gracioso verdaderamente se luce. Tirso, es más festivo que Lope en sus personajes humorísticos. Lope le aventaja en producción de obras.
Hay un paralelismo también en el sentido del humor en Tirso y Cervantes, quizás al ser seres tan sufridos y abnegados en vicisitudes a lo largo de su periplo vital les haya dotado de esa condición especial que brilla en las personas que tienen una sonrisa triste, ambos tienen la generosa tolerancia que les da una gran nobleza humana, ambos conocieron a la mente, y sobre todo, al espíritu, el habitante en los seres, y el habitante en su tiempo.
Dirá Lukács que el hombre que escribe lo hace acorde a su circunstancia y tiempo, que aquello que escribe puede influir de manera determinante en la génesis de un nuevo modo de pensar y hacer evolucionar a su entorno. Concuerdo con ello, pues al leer a Tirso, he descubierto una sensibilidad insospechada desde la óptica que nos separa en tiempo y espacio.
Heidegger sostenía que el lenguaje es la casa de los hombres, que los pensadores y poetas son sus guardianes, y Tirso, será siempre un guardián eterno, de la Fe, de la lengua y de la divina poesía que nació de su talento y nos lega en sus obras que hoy aún se representan porque trascienden esa barrera espacio temporal tan molesta que nos otorga nuestro tiempo y circunstancia vital. Cambió su tiempo con su pluma y ha cambiado el nuestro.
Gabriel Ganiarov
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