Andrés Bello y Fermín Toro

 








Andrés Bello y Fermín Toro

    

        Decía Heidegger: “El lenguaje es el instrumento del progreso, los pensadores y poetas son sus guardianes”. Trataré de exponer cuan cierta es la afirmación del gran filósofo al aplicarlos específicamente a dos grandes hijos de nuestra letras, Andrés Bello y Fermín Toro.


        Al hacer una rememoración de nuestra civilidad, de sus inicios,  de la tarea con visos de epopeya que emprendieron nuestro hacedores de Patria, no podemos dejar de hacer hincapié en el aporte inmenso que tuvieron estos dos prohombres. Dice Carrera Damas (2003):


 “Al lector poco familiarizado con los modos de la historiografía venezolana- más que con la Historia de Venezuela-podrá parecerle extraña  y quizás censurable esta necesidad de demostrar lo que a otras historiografías resulta obvio, es decir, que los grandes  hombres son a la vez ductores y aprendices de sus propias obras”


De ésta premisa resulta válida la inferencia. Andrés Bello en  su Ars poética, con esos visos netamente civilizadores y didácticos en su temática, ejerce un influjo sorprendentemente en su entorno, en la labor de construir la Patria y lo que en su ideario significaba lo feraz y rico de estas tierras, los instrumentos y materias para hacerla fecunda y próspera, la censura a quienes desatienden al campo y viven inmersos en el vicio de lo cotidiano y citadino. Es una clara alusión la que efectúa Bello en su “Silva a la Agricultura de la zona Tórrida”  (1826) al trabajo, a la vida campestre y sus placeres sencillos, a la fuente de riqueza y poderío que contienen los climas y los paisajes de América, pues su dimensión al escribirla, es continental.

       

Ya Horacio y Ovidio hicieron llamados similares en tiempos de los romanos, señalando una clara línea de acción para el progreso de las naciones dejando su sustento en manos de sus hijos más dedicados, de mente libre y honesta. La espada y la pluma son forjadoras de las naciones, pero las ideas son las que sustentan a esas naciones en el tiempo, y el lenguaje, el instrumento para propagarlas.

       

Don Andrés Bello como pensador romántico e influenciado por las ideas ilustradas de la época, asumió una postura liberalista, con la cual determina su punto de vista de constante progreso y superación de los nuevos estados. Desarrolló su intelectualidad en el primer tercio del siglo XIX, un difícil periodo en la historia de Latinoamérica, esta situación demandaba un fuerte, decidido y bien organizado gobierno, personas con una intelectualidad dispuesta al servicio del país, gente culta, apasionada y claras en sus ideas. Sus obras sobre gramática y el correcto uso de la lengua van en ése sentido.


Sin estos elementos se puede caer en un caos nacional y por lo tanto en un retraso significativo en la causa de sostener la independencia de las naciones americanas. La figura de Andrés Bello nace como respuesta a este periodo; culto, inteligente, capaz, muy comprometido en el desarrollo político-social.


En particular en Venezuela esta premisa de los beneficios de la intelectualidad  será incorporada mucho más allá de la disolución de la Gran Colombia, y será de la mano de José Antonio Páez con su “Sociedad de Amigos del Progreso” cuando se instaure como política de estado al atraer a las mentes más brillantes de la nación para poder sentar las bases sólidas del progreso republicano diseñando los planes necesarios para ello.


Fermín Toro ilustra y planifica, define conceptos para hacer de la nación en ciernes un bastión de progreso y civilidad. Se  constituye en  uno de los pensadores del siglo XIX venezolano que con mayor consistencia teórica procuró sentar las bases de lo que cabía entender por Estado, especialmente de cara al modo como la realidad nacional se presentaba para 1845, fecha de publicación de las Reflexiones sobre la Ley de 10 de abril de 1834, y del proyecto de construcción nacional que precisamente estimaba Toro, habría arrancado desde 1830.


Resulta contrastante, por ejemplo, cómo frente a la concepción de ciudadanía, altamente impactado por el pensamiento ilustrado francés, sostenida por quienes firmaron el Acta de Independencia, y que sobre la base del -pactismo –tal como algunos decían– la secesión quedaba justificada, el pensamiento de Toro viene a oponer una visión republicana moderna y para la cual la ciudadanía se concebía como una condición fundamental para gozar de los derechos y despliegue pleno de la propia persona, goce que solo un Estado Republicano Civil, a su juicio, podía garantizar.


El tiempo histórico y el accionar de sus tempestades redujeron lo que fue una rica colonia española, en la gran mortandad y  empobrecimiento que significó la lucha de Independencia. La tierra Venezolana se encontraba desangrada y sin una guiatura clara y concisa hacia su destino. Bello y Toro, cada quien en su esfera, trataron de hacer en sus escritos un ejercicio pedagógico en tratar de conseguir ésa guiatura. La guerra de Independencia pasó ante todo por una crisis política europea, y específicamente en España con la invasión napoleónica.


En 1802 se promulga la Constitución española de corte liberal con un rey exiliado en Bayona y éste proceso se prolongará hasta 1812 cuando se restituye en el trono a Fernando VII. Hasta ese momento, la guerra de la emancipación había sido librada entre venezolanos, partidarios del rey y detractores, donde  caudillos como Boves, Antoñanzas y Monteverde hicieron prosélitos a base de pillaje y rapiña entre las clases desposeídas, los pardos. Con la entronización, viene el primer acto de absolutismo borbónico. El rey Fernando se declara absolutista y deroga la constitución y decide armar una expedición de 15 mil hombres para recuperar las colonias y pone al mando al Mariscal Don Pablo Morillo.


La guerra entonces adquiere tinte de conflicto continental y extranjero. La mascarada que se constituyó el 19 de abril de 1810 con la instauración de la Junta para la preservación de los derechos de Fernando VII tocó a su fin. Fue un artificio de los hombres ilustrados para encubrir sus afanes libertarios. Pero la magnitud de la empresa desplazó a los civiles como Juan Germán Roscio, Miguel José Sanz,  Simón Rodríguez, Francisco Antonio Zea, y al mismo Andrés Bello de la ejecución de los planes. Quedaron tangencialmente  eclipsados al salir la fulgurante estrella de los hombres de armas. Bolívar, Miranda, Mariño, Bermúdez, Soublette, Sucre,  una pléyade de hombres decididos que a fuerza de enormes sacrificios lograron imponer el ideal libertario con la fuerza de las armas.


Dice Straka (2005):

“La ciudadanía nace como producto de la búsqueda de una forma de vida propia que le permitiera a la elite criolla disfrutar de los derechos y ventajas que el Estado español progresivamente le fue quitando desde el siglo XVIII, cuando con el advenimiento de los Borbones al poder, las provincias de ultramar pasaron a ser consideradas colonias en un sentido mercantilista y fisiocrático. Agraviados, pues, por no ser tratados como iguales comienzan a luchar por su libertad, bien que al principio entendida como autonomía para comerciar o para imponer sus propias normas municipales. Pero la cosa se hace patente con el colapso de 1808. A la hora de resurgir la representatividad con la desaparición de la corona, la Junta Central consagra la clara desigualdad entre éste y el otro lado del Atlántico. Aún el Simón Bolívar de la Carta de Jamaica piensa bajo tales términos: el Rey, afirma, es el que ha roto el pacto suscrito con nuestros ancestros los conquistadores. El Acta de Independencia de Venezuela, así como la mayor parte de los documentos de la primera hora ratifican la tesis: la España Americana no es menos que la europea, por lo que ante el desconocimiento de ésta a los derechos de la primera, no hay más remedio que separarse (….).”


Este fue el entorno donde las mentes de Bello y Toro propusieron ideas de sustentabilidad. No era suficiente el crear a la Patria, el instaurar a la nación independiente. Había que organizarla, hacerla vivificante aliento que perdurase libre de  ataduras.


La educación para Bello es un proceso holista y totalizador en la formación de la personalidad humana, y con ello, la concepción de prolongación temporánea de la libertad de la nación,  afirmaba: “Todas las facultades humanas forman un sistema, en el que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra del alma, sin que todas las otras se enfermen” (Andrés Bello ,1828). Por ello la educación se transforma en el pensamiento de Bello en toda una amalgama creativa y creadora, así como un instrumento para explotar las posibilidades de acción del ser humano. En este sentido, deja suelta una idea contundente: El hombre libre es aquel que se redime a través del trabajo.


Una de las características del pensamiento de Fermín Toro es su franco intento de caracterización de la naturaleza humana como elemento fundamental de toda reflexión filosófica posterior. Es decir, Fermín Toro se conecta plenamente con el pensamiento moderno cuando estima que la comprensión de la moralidad, de la ética y de las relaciones sociales en general pasa por la determinación previa de los rasgos constitutivos de lo humano.


En su caso concreto, en sus escritos, se pueden distinguir, además, elementos típicamente naturalistas que signan de manera sustantiva su filosofía moral y su filosofía social. Es decir, Fermín Toro se esfuerza de modo especial en dar una base a lo moral y a lo ético en conformidad con un trazado previo de la naturaleza humana. De allí partirá en un entramado ético filosófico  para diseñar teorías que irán en base a propiciar la organización y sustentabilidad de la nación venezolana.


Vemos entonces por qué Heidegger tiene razón al estimar que los pensadores y poetas son los guardianes del lenguaje, pues sin éste, las ideas no pueden propagarse. Bello y Toro profundizan en la categorización de lo humano como elemento primordial y constitutivo de la sociedad, pues ella se conforma de hombres, y éstos a su vez, poseen pasiones que les son intrínsecas. Ambos,               Bello y Toro, ejercen mediante el uso del lenguaje preciso y conciso, la estructuración de ideas coherentes y una praxis epistemológica del deber ser de la sociedad que ellos pensaron.


La Republica pensada por Toro, más que de héroes, requiere de ciudadanos, individuos libres, autónomos e  iguales ante la majestad de la ley.


Libertad, ley y poder son sus condiciones indispensables y, por consiguiente, opuestas a los nefandos principios de la política de los tiranos.


Bello piensa una República sustentada en la sapiencia, en los valores como la honradez y la educación.  Dice acerca del lenguaje utilizado en funciones de gobierno:


“El estilo debe ser  como el de las demás composiciones epistolares y didácticas, sencillo, claro y correcto, sin excluir la fuerza y vigor cuando el asunto lo exija. Nada afearía más los escritos de este género que un tono jactancioso y sarcástico. Las hipérboles, los apóstrofes y en general las figuras del estilo elevado de los oradores y poetas deben desterrarse del lenguaje de los gobiernos y de sus ministros, y reservarse únicamente a las proclamas dirigidas al pueblo que permiten, y aun requieren, todo el calor de las elocuencias” (Bello, 1842)


El trazado de un plan educativo nacional apuntaría, por lo tanto, en la dirección de la consecución a futuro de mayores niveles de conciencia ciudadana, obteniéndose finalmente una mayor defensa de la libertad, de la igualdad y de las instituciones democráticas. En términos de Toro:


        “Educación. La mejora del individuo es el medio más seguro de mejorar la sociedad. La educación, la difusión de las luces, el conocimiento de los deberes morales, políticos y religiosos es el único camino para formar verdaderos ciudadanos, hombres de progreso, capacidades de todo género que pongan la nación en la verdadera senda social” (Toro citado en Tosta, 1950)


Persiste entonces la vena civilista opacada por los libertadores con la gloria de sus hechos de armas, la paciente servidumbre de las letras supeditadas a la rabia excelsa de la espada. Bello y Toro están plenamente de acuerdo que a través de la educación esmerada es que se logra el progreso de la nación, pensaron sus teorías justo en tiempos extraordinariamente críticos: en su momento había que construir un país, era el tiempo fundacional de la República. Su actitud intelectual es una muestra de que las naciones pueden ser pensadas desde el espíritu de la civilidad con mayor provecho, que llevadas por el espíritu de guarnición y su arrogante exigencia de obediencia, constante que aún hoy en día en pleno siglo XXI no nos abandona.


A la muerte de Toro (22 de diciembre de 1865), J.V. González, quien fuera compañero generacional, le llamó “el último venezolano”. Grave frase, aunque esperada si se atiende al estilo explosivo, unas veces, y romántico, otras tantas, que caracterizan al discurso de González. Augusto Mijares al reflexionar sobre el asunto se ha preguntado acerca del sentido de semejante dicho, y se respondió a sí mismo:

       “La resonancia que alcanzo este cognomento se debió, no tanto a los méritos del ilustre desaparecido, como al terrible significado que implicaba aquella denominación. El último venezolano: es como un finis patriae que resume el desaliento, la renunciación, la derrota irremediable de todo el país, y así fue aceptado y repetido, casi con paradójico entusiasmo. ¿Por qué? Duro es adivinarlo: porque aquella cancelación derrotista reflejaba el sentimiento nacional, tan arraigado y unánime que durante muchos años será repetido, en las más variadas formas, por casi todos los venezolanos” (Mijares, citado en Straka,2005)


El desaliento que pregona el apelativo lanzado por González a su colega, es una denuncia pública que procuraba mover el sentimiento nacional vista la imposición de un modo de dirigir los destinos nacionales que mira a Venezuela como un gran cuartel, en el cual la figura personal del gran líder militar, hombre-providencia, dicta y manda sin apelación. “Frente al personalismo déspota –cuyos principios no parecen ser universalizables–, Toro asentó las bases del civilismo en Venezuela”. (Straka, 2005).


Bello estará toda su vida alejado de Venezuela, hará de Chile su asiento y sustento, le procreará la sólida base de su sistema educativo y hará de esas tierras un emporio de civilismo y cultura. Quizás el desencanto se generó  en su estadía en condiciones ínfimas en Londres, abandonado por la incipiente República que sus letras y sus ideas ayudaron a establecer.


        Trágico destino de nuestros próceres, abandonados a su suerte, pero en ellos siempre brilló un espíritu libre. Fueron hombres de su tiempo, con sus errores y virtudes pero que nos legaron lo que hoy tenemos como Patria. La única que tenemos.




Bibliografía


·         Carrera Damas, G  (2003) El culto a Bolívar, Alfadil, Caracas. p. 94, 45,62       


·         Gabaldón, E & Gamus De Wiesel, J (1983).  Prólogo, en: El pensamiento político venezolano del siglo XX: El pensamiento político de la restauración liberal (T. 1, V. 1). Congreso de la República, Caracas. p. 45.      


·         González Guinán, F (1909). Historia Contemporánea de Venezuela (T. II). Tip. Empresa El Cojo, Caracas. p. 338. 


·         Mijares, A (1991): El último venezolano y otros ensayos. Monte Ávila, Caracas. p. 33.    


·         Montenegro, W (1988). Introducción a las doctrinas político-económicas (5º, reimpresión. de la 3ra. ed.). F.C.E., México. p. 30.


·         Morón, G (1971). Historia de Venezuela: La Nacionalidad (T. V). Británica, Caracas.


·         Pino Iturrieta, E (2003).  Las ideas de los primeros venezolanos. UCAB, Caracas.


·         Straka, T. (2005). Las alas de Ícaro: Indagación sobre ética y ciudadanía en Venezuela (1800-1830). Ucab – Fundación Konrad Adenauer Stiftung, Caracas. p, 242-243.

·         Toro, F (1960): Europa y América, In: Pensamiento político venezolano del siglo XIX: La doctrina conservadora: Fermín Toro. Presidencia de la República, Caracas. p. 94.


·         Tosta, V. (1950). Exégesis del pensamiento social de Don Fermín Toro. Ávila Gráfica: Caracas.  p. 21, 22, 24


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