Elemento estético, tres variaciones


                               Imagen, IA Da Vinci,Gabriel Ganiarov




Ensayo:

Crítica al juicio de Emmanuel Kant, Cartas estéticas de Friedrich Schiller y la Balada del viejo marinero de Samuel Taylor Coleridge.




Vista acerca del elemento estético y sus variaciones:


No es fácil el abordaje a Kant a causa de su proverbial nivel de abstracción. No da ejemplos acerca de sus asertos, lo que contribuye a hacer críptica sus aportaciones filosóficas, sin embargo, se abordará el elemento estético desde su discurso expresado en su obra  la” Crítica al Juicio.” (1790). La crítica del juicio simultáneamente completa el proyecto crítico kantiano en una trilogía  y establece la fundación de la estética moderna esbozado en sus dos obras precedentes, la Critica de la razón pura (1781), que explica el dominio de la facultad del entendimiento y la Critica de la razón práctica (1788) donde es explicado el dominio de la facultad de la razón.


Kant, en la introducción a la Crítica del Juicio, presenta la investigación sobre la belleza  y establece un gran punto de partida ; los  juicios estéticos reflexivos o juicios de gusto ,como lugar en el que debería realizarse el paso de lo inteligible a la realización sensible, es decir, donde debería llevarse a cabo una reconciliación de las dos perspectivas separadas radicalmente por la Crítica de la razón pura y la Critica de la razón práctica – separación que queda manifiesta, por ejemplo, en la tercera antinomia de la razón pura, la cual será recogida nuevamente por Kant en su presentación de la Critica del Juicio como elemento para explicar los conceptos universales de Belleza, Gusto, Juicio y Conocimiento. Kant dedico años de su vida en Köeninsgberg analizado en la primera crítica, la moral, el deber en la segunda, quedando finalmente en esta tercera obra hacer referencia al juicio estético, el arte y el gusto.


Ahora bien, ¿cómo interviene la razón en la disquisición estética?, en la libertad creativa de lo bello que  Schiller define  posteriormente como “impulso sensible” para lograr un equilibrio entre lo natural y lo racional.


Dice Kant al respecto:

“El entendimiento es legislador a priori para la naturaleza como objeto de los sentidos, con vistas a un conocimiento teórico de esta en una experiencia posible. La razón es legisladora a priori para la libertad y su propia causalidad, como lo suprasensible en el sujeto, con vistas a un conocimiento práctico incondicionado. El dominio del concepto de la naturaleza bajo la primera legislación, y el del concepto de libertad bajo la otra, están completamente segregados  a pesar de toda la influencia recíproca que por sí mismos (cada uno según sus leyes fundamentales) pudiesen tener, por el gran abismo que separa lo suprasensible de los fenómenos. El concepto de la libertad no determina nada con respecto al conocimiento teórico de la naturaleza; nada, igualmente, el concepto de la naturaleza en vista de las leyes prácticas de la libertad, y en tal alcance no es posible tender un puente de un dominio al otro “(Crítica a la razón pura).

La crítica del juicio estético parece estar incluida dentro de aquellas cuestiones para las que Kant abre un espacio en filosofía, que no resuelven de por sí el  problema del conocimiento, ni el de la moral, más  intentan satisfacer el anhelo del hombre por saber qué le está permitido esperar de la creación estética y del discurso estético como elemento que explica la experiencia sensible o empírica ante el hecho estético, sea pictórico, escultórico o literario. El enfrentamiento del sujeto  con lo bello o lo sublime queda así explicado.

En referencia a lo bello, Kant desarrolla una hermenéutica y presagia  en sus páginas desglosadas las confusiones y los errores frecuentes. Kant estratifica concienzudamente los elementos que intervienen en el juicio del gusto. Una vez definido lo agradable como  una categoría inferior que no debe ser confundida con lo bello, segmentando así los escalones que definen lo estético,  agrega que el atractivo no conforma la belleza, y que debe vigilarse a la hora de emitir un juicio de gusto debiendo separar la esencia de lo superfluo.

De tal modo, en la razón kantiana  hay belleza libre y belleza meramente adherente. La Belleza adherente, en tanto que atribuida a un concepto  de belleza condicionada, le es atribuida a objetos que están bajo el concepto de un fin particular. Las flores son el ejemplo de bellezas libres de la naturaleza. En el enjuiciamiento de una belleza libre el juicio es gusto puro. Pero la belleza de una mujer o de un perro, o de una construcción, supone un concepto del fin que determina lo que la cosa debe ser, ergo, es belleza adherente, esto es, que debe intervenir en este juicio un elemento de razón, el concepto.

Kant demuestra por qué el gusto debería ser cultivado desde un punto de vista de la praxis, en la medida en que implica nuestra racionalidad y la búsqueda de universalidad de nuestros juicios como un modo de explicar concretamente el juicio estético, la obra literaria, la belleza inmersa en el poema o la belleza simple de la sonrisa de una mujer o de sus formas. Es una forma de homogeneizar el concepto de lo bello mediante el juicio estético sin implicaciones morales o éticas.

Más hay problemas hermenéuticos, tales como la autonomía del juicio expresado, sus relaciones con la moral , tanto en el gusto como en el juicio que de éste se elabora, y se enmarcan en  la analogía de la belleza con el bien moral, esta relación de la experiencia estética con la moralidad: la belleza y lo sublime nos hace conscientes de ese fundamento suprasensible que se encuentra a la base de nuestra experiencia estética y de nuestra relación con el mundo, al hacernos conscientes de nuestra capacidad de elevarnos sobre el mero placer de los sentidos, de la experiencia empírica y del juicio apriorístico.

Dirá Schiller en su tercera carta:

“La naturaleza no procede mejor con el hombre que con el resto de sus creaciones: actúa por él, mientras el hombre no puede hacerlo por sí mismo en cuanto inteligencia libre. Pero eso es justamente lo que le hace hombre, que no permanece en el estado en que lo dejó la pura naturaleza, sino que posee la facultad de rehacer por medio de la razón el camino que ya había recorrido antes con la naturaleza, la facultad de transformar la obra de la mera necesidad en obra de su libre elección y de elevar la necesidad física a necesidad moral.”

” El curso de los acontecimientos ha dado al genio de la época una dirección que amenaza con alejarlo cada vez más del arte del ideal. Éste ha de abandonar la realidad y elevarse con honesta audacia por encima de las necesidades; porque el arte es hijo de la libertad y sólo ha de regirse por la necesidad del espíritu, no por meras exigencias materiales. Sin embargo, en los tiempos actuales imperan esas exigencias, que doblegan bajo su tiránico yugo a la humanidad envilecida. El provecho es el gran ídolo de nuestra época, al que se someten todas las fuerzas y rinden tributo todos los talentos. El mérito espiritual del arte carece de valor en esta burda balanza, y, privado de todo estímulo, el arte abandona el ruidoso mercado del siglo. Incluso el espíritu de investigación filosófica arrebata a la imaginación un territorio tras otro, y las fronteras del arte se estrechan a medida que la ciencia amplía sus límites.” 

Vemos que Schiller desafía al juicio kantiano anteponiendo la libertad de creación y supeditando lo estético a esa libertad creadora como basamento de la honestidad, tanto del artista como de la obra, enalteciéndola y abriendo un puente que Kant, dentro del juicio racional para evaluar al arte y sus componentes, desecha. Establece Schiller  así a  la belleza en su relación con la moral en el arte y se decanta  hacia otras esferas de la vida, a lo político, social e incluso a lo cultural, siendo el concepto de lo  cultural un concepto moderno que no fue tratado por Schiller, pero que de hecho sucedió.


Continúa Schiller:

” ¡Cómo me atraería investigar un tema así en compañía de un pensador cuyo ingenio se equiparara a la liberalidad propia del ciudadano universal, y confiar el veredicto a un corazón que se consagra con tan bello entusiasmo al bien de la humanidad! ¡Qué sorpresa más agradable sería el que, en el reino de las ideas, coincidiera en las mismas conclusiones con vuestro espíritu libre de prejuicios, a pesar de la gran diferencia de condición y de la gran distancia que nos imponen las circunstancias del mundo real! El que me resista a esa tentación, y anteponga la belleza a la libertad, no creo que tenga que disculparlo sólo por mi inclinación, sino que espero poder justificarlo valiéndome de principios. “

Se erige así Schiller en el gran constructor del andamiaje entre lo moral, lo político y lo ético con el discurso estético propio del romanticismo, sobre todo con el romanticismo alemán.


Dice Schiller en su cuarta carta:

“Así pues, si la razón introduce su unidad moral en la sociedad física, no debe dañar por ello la variedad de la naturaleza. Y si la naturaleza aspira a afirmar su multiplicidad en la estructura moral de la sociedad, no debe hacerla en detrimento de la unidad moral; la victoriosa forma se halla a igual distancia de la uniformidad que del desorden. Encontraremos, pues, totalidad en el carácter de aquella nación que sea capaz y digna de cambiar el Estado de las necesidades por el Estado de la libertad. “

La valoración estética en Kant se traduce en el juicio desprovisto de moral, solo referente a la racionalidad fría y estática de sus elementos constitutivos, mientras en Schiller ese mismo juicio estético se impregna de la libertad propia del espíritu romántico de su tiempo, la libertad creadora que insufla a los hombres el amor por lo bello, y que se traduce en la grandiosidad de su estamento interno y se proyecta incluso al exterior en la conformación del estado (en sentido político).

En este orden de ideas buscamos la integración de otro coetáneo, Samuel  Taylor  Coleridge, quien escribió "La balada del viejo marinero" en 1817 durante el período romántico,  allí se ocupa de la naturaleza y el arte definido por un fuerte sentimiento de optimismo sobre la naturaleza humana, a pesar que los románticos a menudo rechazaron inscribirse en los presupuestos de la religión formal y, en el caso de  Shelley, se declararon fuertemente ateos.

En cambio, Coleridge creía que los humanos podían redimirse a través de "un acto de auto-realización” que bien podría indicar cómo el poema representa los intereses del romanticismo, esto es, la libertad de creación y la magnificencia del escenario natural como elemento integrador dentro del discurso estético y la  ambientación para enaltecer las cualidades intrínsecas  del humano, su bondad o maldad, en particular el optimismo exaltado al final del poema y el tema de la redención en todas sus partes, así como la poderosa presencia de la naturaleza con su fuerza arrolladora y sublime.

Se ha dicho de esta obra que tiene en sí un compendio de naturaleza religiosa, por su ambientación y su tono oscuro y denso, casi como una apología de la Fe cristiana expresados mediante el sentido de culpa del narrador, su responsabilidad, y la forma en que narra su propia redención. El simbolismo de ésta alegoría cristiana estriba en la muerte del albatros descrita en el poema, representada entre  el narrador y el albatros, atando  la simbología en los temas de la culpa, el sufrimiento y la redención cuando el marinero se ata el albatros muerto al cuello, a modo expiatorio.

La idea de que el marinero es castigado por matar a un pájaro parece hacer al poema simplemente una lección moral. Sin embargo, va más allá. Al describir el horror de un mar gelatinoso, como de baba y a la muerte que tripula al otro barco y que hace que los demás miembros de la tripulación  mueran y se pudran expeliendo olores nauseabundos lo convierte en un antecedente directo  de la “estética del horror” que será más adelante explorada por E. Allan Poe, Lovecraft y los poetas malditos franceses de mediados del siglo XIX.

¿Cómo se inscribe “la balada del Viejo Marinero en el discurso kantiano? Pues  en su  Crítica del Juicio, Kant a través del análisis de algunos de sus momentos, la belleza se revela como el espacio en el que se lleva a cabo un encuentro particular entre la libertad del hombre (entendida como una libertad estética más que moral) y la naturaleza.

 De esta manera, y como alternativa a algunas interpretaciones tradicionales de la investigación estética kantiana, que la presentan como una investigación de las condiciones exclusivamente subjetivas del juicio de gusto, el juicio de lo bello se comprende también a partir de la relación que establece con los objetos de la naturaleza. No necesariamente lo bello obedece a un sentido moral, como es el caso de la Balada del Viejo Marinero, sino que el encuentro entre el hombre y la naturaleza deriva y se decanta en un discurso estético artificioso, donde las imágenes repulsivas se constituyen también en elementos estéticos capaces de transmitir fuerza lírica, y, porque no, una rara belleza.

Las razones Kantianas, sus argumentos sustantivos en favor del juicio estético se concatenan para dar una explicación del hecho literario, incluso más apegada en el caso de Coleridge que en Schiller con su libertad avasallante, pues a pesar de no ser una pragmática en sentido moral cristiano, el juicio estético de la belleza adherente kantiano se amolda perfectamente a la estética del discurso de Coleridge y aunque no impulsa su valoración moral, explica su valor plástico y lírico.

Podemos colegir si algo es bello o no lo es. No referimos la representación por medio del entendimiento al objeto, con fines de conocimiento, sino por medio de la imaginación y el entendimiento, al sujeto y al sentimiento de placer  o desagrado de éste ante la obra.

El juicio de gusto no es, entonces, un juicio de conocimiento y, ergo, lógico, sino estético, obedece a ese impulso que describe muy bien Schiller y que conforma el paso decisivo entre el entendimiento o aprehensión de  la representación plástica y la belleza contenida en ella que impacta al espectador/sujeto.

El horror como vehículo estético en Coleridge es evidente, su afán moralizante se evidencia en sus letras:


La Balada del Viejo Marinero (fragmento):

“En un candente cielo cobrizo,

a mediodía, un sol sangriento,

no más grande que la luna,

se detenía sobre el palo mayor.


Día tras día, día tras día,

permanecíamos fijos, sin aliento,

ociosos como una nave pintada

a flote en un pintado mar.


Agua, por todas partes agua,

y un rechinar de cuadernas;

agua, por todas partes agua,

y ni una gota que beber.


El fondo mismo se pudría:

¡Cristo, quién lo hubiera pensado!

Viscosas criaturas con patas

se arrastraban por el viscoso mar.”


La rigidez metódicamente racional del discurso en Kant no puede explicar la emoción contenida en Coleridge, explica su estética, más no  su moral que  va más acorde con Schiller y el ideario romántico, su grandiosidad y teatralidad representativa de las pasiones humanas.


Todos los intentos de la filosofía por explicar al hombre y sus hechos palidecen ante la emoción contenida en una lágrima, en un beso, o simplemente en una mirada de una mujer hermosa. De ello se nutre la literatura y el arte y aunque se tenga por entendido académicamente hablando que la literatura es ficción, que el pacto ficcional establece unos modos de abordaje, siempre existirá la huella perenne de los hechos del Hombre en las obras…

Es nuestro pasaje a la eternidad.









Bibliografía:


Kant I., 1992, Crítica de la facultad de juzgar, traducción P., Oyarzún, Caracas, Monte Ávila Editores


Gadamer H. G., 2001, Verdad y Método, Salamanca, Edit. Sígueme

Heidegger M. 2000, Nietzsche, Traducción J. L. Bernal, Barcelona Edit. Destino


http://www.mgar.net/docs/coleridge.htm (consultado 23:15 pm 25/10/2014)

http://www.notonidas.com/2008/07/comentario-las-cartas-de-schiller.html  (consultado 01:30 am 26/10/2014)


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